Por Alejandro Pantoja Caltenco
El 2020 ha detenido a más de uno, pero no a Ryan Murphy. Al contrario, de la mano de Netflix, ha sido un año más que productivo para el creador de Glee. Abrió el año con el estreno de la serie Hollywood, que explora la industria de las estrellas después de la Segunda Guerra Mundial; en junio, presentó la segunda temporada de The Politician para seguir la carrera política del joven Payton Hobart; en septiembre, trajo la nueva adaptación de la obra de teatro Los chicos de la banda y la serie Ratched, sobre la temida enfermera de Atrapado sin salida (1975). Y por si fuera poco, cierra el año con el musical de gran talla, El baile.
Esta producción está estelarizada ni más ni menos que por Meryl Streep, acompañada de James Corden y Nicole Kidman. También llamada The Prom, es la adaptación cinematográfica de la obra homónima de Broadway. Cuenta la historia de un grupo de estrellas del teatro que acuden a una pequeña ciudad de Indiana para apoyar a una joven chica a quien le es negado su baile de graduación por el hecho de querer asistir con su novia.
La cinta no se aleja del estilo de su director ni de la obra en la que está basada. Es una explosión de color en todo momento en celebración de la comunidad LGBT+, sazonado con números músicales que rescatan la teatralidad que sus protagonistas necesitan. Todo, con el fin de dejar un mensaje simple pero conciso: el valor que se requiere para ser uno mismo.
Ese mensaje viene acompañado de otro que está representado por la subtrama de Meryl Streep. Una actriz consagrada, pero narcisista, aprende a poner los intereses de los demás antes que los de ella. Se pone al personaje en forma de una crítica clara a aquellos que sólo velan por sí mismos e incluso usan a los demás para publicitarse, no obstante, termina quedando a medio cocinar.
Si bien Ryan Murphy ha incorporado la aceptación y apoyo a la comunidad LGBT+ como tema recurrente e importante en sus producciones desde Glee, pareciera que con el personaje de Streep se busca una cierta auto justificación y recalcar que el interés de la película no es la explotación comercial de la comunidad.
La cinta no deja a la imaginación sus postulados y la forma en que piensa representarlos, los reitera en múltiples ocasiones incluso haciendo uso de diálogos explícitos. Por ejemplo, en el primer acto, James Corden pronuncia que hay que dar “un mensaje sencillo y claro con un poco de pompa”, frase que engloba perfectamente esta nueva producción. Por lo que, al mismo tiempo que se critica que Meryl Streep cante falsamente que no se trata de ella sino de la chica a la que han ido a ayudar, hay una secuencia que funge como coartada para de paso excusar la existencia de la propia cinta y festejarse. Aunque en la historia es usado para elevar los humos de Meryl Streep, ¿no existe la posibilidad de estar cayendo en lo mismo que tanto se critica del personaje?
Dejando el debate político para las mesas familiares, este centra mucho interés en su presentación. Anteriormente, ya se mencionó que es toda una fiesta de color, pero también, un desfile musical. Este punto, puede ser lo que incline la balanza a su favor o en contra. Es una feel good movie (de aquellas que buscan que te la pases bien y tal vez calentarte el corazón mientras te olvidas de tus problemas) que apunta a un público en específico.
Los musicales es de aquellos géneros que no son para todos los gustos. Por lo que deciden aprovechar que de por sí van dirigidos a un sector delimitado y así, explotar su “magia”. En este momento, como individuo, me atrevo a expresar que para gustos personales, para la creación de este pastel (incluso tomando en cuenta la naturaleza dulce de las tartas) a sus creadores se les fue un poco la mano con el azúcar, resultando empalagoso. Pero para aquellos que no le teman a la diabetes y cuyas papilas gustativas sean de mucho aguante, bien podrá ser un buen sustento.
Con todo, los diferentes puntos mencionados en el texto terminan quedando en segundo término. A final de cuentas, si el mensaje sencillo y claro que plantea tiene efecto por lo menos en una persona, le da valor de ser quien es, o ayuda a que otros acepten a sus prójimos, entonces es más que digno de celebrar. Se convierte necesario. Desde su trinchera, defiende la aceptación, la tolerancia y la libertad de amar y ser quien uno quiera.