Por Alejandro Pantoja Caltenco
Han sido representadas en múltiples ocasiones las tortuosas desventuras, sean en la escala que sean, que deben ser enfrentadas desde la búsqueda del éxito y fama hasta el infierno que se vive ya estando ahí. Tenemos ejemplos desde Sunset Boulevard (1950), Bellísima (1951); El Rey de la Comedia (1982) pasando por Little Voice (1998); Casi Divas (2008); Bojack Horseman (2014-2020); hasta todas las biopics de famosos, siendo los más frescos, Honey Boy (2019) y la serie de Luis Miguel (2018-¿?).
Las dos últimas tienen algo en común, una explotación desde la infancia proveniente tanto del medio como de la figura paterna, que como único resultado es una vida llena de pesares. Esto se liga con la trama de la nueva película chilena Nadie sabe que estoy aquí, estrenada en Netflix de la mano del nóvel director Gaspar Antillo, acreedor al premio a Mejor Nuevo Director Narrativo en la pasada edición del Tribeca Film Festival.
La fama no es cosa fácil y menos si se experimenta desde temprana edad; ni hablar si a eso se le añade el aprovechamiento de los padres. Pero aún hay algo que deja un peor sabor de boca: sazonar todo lo anterior con que ni siquiera se permita disfrutar del reconocimiento, siendo el papel de lobo feroz el único nombre del que se goza.
Esta es la historia de Memo, interpretado por Jorge García (Lost), quien desde la infancia a quedado relegado, opacado y escondido hasta que, por azares del destino, se presenta una posible oportunidad para ser escuchado y salir a la luz. La cinta es sencilla pero emotiva. Propone adentrarnos en el mundo de nuestro protagonista, ya que toda la cinta está construida a partir y alrededor de él, contagiando su personalidad a ella.
Se trata de un filme que navega por aires meláncolicos, pausados y ensimismados (todo esto sin ser aburrida o extremadamente contemplativa, no se asuste), iluminada por sueños e ilusiones que rara vez mueren pero que de igual forma atormentan. La vida de Memo se ha visto marcada desde la niñez, arrastrando frustraciones y deseos de reconocimiento con la esperanza de mostrar su lado de los hechos.
Las menciones al principio no fueron tan gratuitas, ya que en algunos aspectos, se encuentra una pequeña mezcla de varias de estas películas. Con Bellísima están la necesidad y obsesión de la madre (el padre en este caso) de conseguir sea como sea ese éxito, aún cuando hay un rechazo. Los pincelazos a El Rey de la Comedia los hallamos en las fantasías creadas en la mente de nuestro personaje, así como los deseos de reconocimiento y ganarse su lugar (aunque más aterrizados y menos enfermizos que Rupert Pupkin). En Little Voice encontramos semejanzas en las personalidades casi mudas, tímidas, retraídas y al mismo tiempo soñadoras, así como la complicidad con una nueva amistad.
La película, así como su protagonista, no cuenta con gran hambre ambiciosa y devoradora, se mantiene en una línea de sencillez y modestia, siendo ahí donde encuentra su efectividad. No retrata grandes melodramas como Luis Miguel con enormes villanos ni tragedias ni excesos. Simplemente recae en un hombre atrapado y perseguido por su pasado, navegando en el mundo cual fantasma, un recuerdo o un rumor. Un hombre que únicamente busca sentirse vivo otra vez.